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El amor en los tiempos del Coronavirus

  • CRISTINA MARQUINA
  • 18 mar 2020
  • 3 Min. de lectura


No le dijo a nadie que llegaba. Los pilló a todos sumidos en sus quehaceres diarios, ajenos a las señales de alerta que el virus enviaba desde hacía meses a partir de la urbe de Wuhan, en China. La cronología del coronavirus comenzó en Ourense el lunes, 9 de marzo de 2020, con el primer contagio de una profesora de Salesianos. Pocos días antes, el miércoles, 4 de marzo de 2020, la comunidad gallega registró el primer caso de Covid 19 en A Coruña con la llegada de un hombre para realizar una entrevista de trabajo procedente de Madrid. Tampoco le dio tiempo a nadie de despedirse de sus rutinas al aire libre, a pesar de que hacía días que compartían a través de sus redes sociales imágenes de sus vecinos italianos entonando cánticos de esperanza desde sus ventanas.


En cuestión de tres días todos se vieron obligados a mudar la piel y ausentarse de la vida que conocían, de entrada durante las dos próximas semanas. La llegada de los cambios vino de la mano del anuncio del estado de alarma por parte del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, el viernes, 13 de marzo de 2020. Esa misma tarde Galicia cerró bares, restaurantes y cafeterías por orden del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. La reunión extraordinaria del Consejo de Ministros prevista para el día siguiente aprobó la declaración del estado de alarma, una medida que se aplicó una sola vez en toda la etapa democrática, y con ella llegó la limitación temporal de la libre circulación de personas. Por tanto, los ciudadanos españoles y, por extensión los gallegos, tenían desde la noche del sábado, 14 de marzo de 2020, la obligación de permanecer en sus casas y no salir salvo por necesidades básicas durante un período de 15 días prorrogable.



Cumpliendo con todos los malos presagios y con una rápida cadencia, las noticias se metieron dentro de todos y pronto se propagó la verdadera pandemia del S. XXI, el egoísmo. El individualismo carroñero se personificó en grotescas instantáneas de vecinos con carros repletos de papel higiénico, yogures y cajas de leche. Cantidades esperpénticas y comportamientos estrafalarios en un momento en que el suministro de víveres se mantiene garantizado. La falta de educación de los compradores se volvió en contra de los dependientes, igual que la ignorancia se había apoderado primero de sus cabezas.

La cuarentena había de depararles todavía otras pruebas como especie humana pero, por suerte, para aliviar la monótona y contemplativa rutina que se estableció en el interior de los hogares gallegos también se forjó pronto una especie de magia. Parafraseando a García Márquez fueron muchos los que se refirieron a ella en sus diarios como “El amor en los tiempos del Coronavirus”. Otros prefirieron huir de títulos y se limitaron al estudio contemplativo de cómo los resquicios de bondad contribuían a erradicar la pandemia del Covid 19.



Fue así como se descubrieron aprendiendo a sortear juntos los odios instantáneos, fruto del temor a lo desconocido, y también la locura mediática repleta de alarmismo y sinrazón. Fue en la misma época en la que se detuvieron en las buenas noticias de los diarios. “Ourense aplaude desde sus balcones el trabajo de los profesionales sanitarios contra el coronavirus”; “Habilitan un teléfono para llevar compra a domicilio a los mayores de Ourense y alrededores”; “Los doctores jubilados de Ourense se ofrecen para dar atención telefónica”; “Una librería de Allariz convierte el banco de su entrada en una mini biblioteca para llevar un libro, revista o cuento”. En este momento, desde el interior de sus hogares, todos fueron conscientes de que acababan de ganarle la primera batalla a la adversidad: el coronavirus todavía era una realidad pero su rencor e inquina comenzaban a remitir.

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© 2020  by Cristina Marquina.

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