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Partículas de magia desde el Paraíso

  • CRISTINA MARQUINA
  • 5 nov 2017
  • 2 Min. de lectura

Aquella noche soñé que regresaba al teatro. Recuerdo que era un domingo del mes de octubre. Me detuve ante el número 9 de la rúa de la Paz. Un canto a la armonía del que, en algún momento de la historia de la ciudad, se quiso dejar constancia sobre una placa, al menos eso pensé yo.


Es curioso como cambia la percepción de la realidad en poco tiempo. En mi caso, bastaron dos horas y una función. Cuando empujé la pesada puerta de salida al exterior sentí que estaba moviendo el robusto portón de un refugio. Como si de un búnker se tratase, el edificio que ahora dejaba a mi espalda había sido capaz de mantenernos ensimismados en una existencia muy lejana a la nuestra. Entonces lo comprendí. Es posible que la Rúa de la Paz siempre haya sido un buen refugio para todas las guerras que habitan el exterior. Y, como no podía ser de otra manera uno de sus inmuebles estaba destinado a albergar el teatro.


Siempre he mostrado una tendencia a escoger las butacas del Paraíso. Desde arriba uno es capaz de apreciar detalles que de otro modo pasarían desapercibidos. La cultura y el paso del tiempo son también responsables de las connotaciones positivas que abren paso en mi cabeza al término Paraíso. Sin embargo, el guía del Royal Albert Hall es, seguramente sin saberlo, el más culpable de todos. Mi memoria ha hecho de las suyas, una vez más, y me impide recordar su nombre. Pero, en mi cabeza, sus palabras todavía resuenan con la emoción de quién se sabe afortunado por hacer lo que más le apasiona en la vida. Su sitio preferido para ver a algunas de las mejores orquestas del mundo era, sin lugar a dudas y contra todo pronóstico, el Paraíso. Así nos lo hizo saber, una lluviosa mañana del mes de julio en Londres.


Una entrada, por favor- musité a través de la pequeña abertura de la taquilla.


¿Dónde desea sentarse? Butacas de patio, platea, primer andar, segundo andar…, preguntó una voz desde el interior.


Paraíso, si es tan amable- respondí.


Los habrá que, llegados a este punto, piensen que lo económico del precio sea el motivo de tal elección. Yo, mientras tanto, me siento en mi butaca granate y no puedo más que sonreír para mis adentros. La función está a punto de comenzar. Las luces se apagan y reparo en las briznas de polvo que bailan delante de los focos que proyectan sus luces sobre el escenario. No puedo evitar pensar que la misma escena se repite en todos los teatros e incluso en el proyector de todas las salas de cine. ¿Y si esas partículas son parte de la magia que se esconde tras las historias?

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© 2020  by Cristina Marquina.

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